anualmente y durante un plazo de cincuenta y nueve años un tributo de dos mil millones de marcos a las potencias vencedoras. Estas entregas estaban previstas hasta 1988.

Era una enorme cantidad, que pesaría sobre la nación durante dos generaciones. El presidente del Banco del Reich, doctor Schacht, había dado por bueno el dictamen de la comisión de expertos y estaba dispuesto a firmar el acuerdo. Por su parte, el ministro del Exterior, Stressemann, reconoció que el Plan Young ofrecía algunas ventajas respecto a los anteriores acuerdos: los plazos anuales eran menores en un tercio que los anteriores. Como contrapartida, se comenzaría en 1929 la evacuación de Renania por las tropas de ocupación y terminaría el control ejercido por los aliados sobre la economía alemana.

Goebbels comenzó así su discurso del 2 de julio de 1929:

El pueblo alemán ha recorrido las estaciones de su Gólgota y ahora se dispone el verdugo a clavarlo en la cruz...

Describió aquel Gólgota:

—Los héroes del frente, enteramente desoídos, creían en que recogerían su histórico pago. Pero la esperanza de una vida hermosa y digna, tal como habían prometido los asesinos de noviembre, se vino abajo con el Dictado de Versalles. Este Dictado significó la continuación de la guerra. Un pueblo que se había desarmado a sí mismo no podía esperar otra cosa. El trabajo alemán y el pueblo alemán tenían que ser excluidos del conjunto internacional. Como no se quería expresar de una manera abierta esta voluntad de exclusión, se encontró el recurso de la culpabilidad bélica. Tal falsedad es el eje del tratado de Versalles y su reconocimiento, el principio de ejecución de su política...

Esto dijo Goebbels, quien tres años más tarde, tras la conquista del poder, admitió:

—Jamás leí del Plan Young más que el epígrafe. Pero mi intuición lo consideró desde el principio totalmente inadmisible.

Recuerdo con bastante precisión el coloquio que siguió al discurso.

Pidió la palabra un joven mutilado de guerra, socialdemócrata y miembro de la "Deutschen Friedengesellschaft" 18. Dijo así:

—Perdí una pierna en Verdún. Desde entonces sé lo que es la guerra, como odio de razas, como crimen contra la Humanidad. Un hombre es un hombre, sea cristiano o judío.

Goebbels repuso:

—Amigo mío; estoy seguro de que no hay nadie en la sala que no sienta respeto ante el hecho de que haya ofrendado una pierna a la patria. Pero no es su pierna de palo lo que sale a debate, sino su modo de pensar. Y usted, dejando aparte su hecho de guerra, demuestra ser un cobarde si no tiene valor de ir a expresar sus pensamientos allá donde resulta peligroso: en los territorios ocupados, ante las bayonetas de los franceses. ¿Judío o cristiano? Sí; es usted un renegado. Y cuando veo sus ojos azules y su cabello rubio, no puedo por menos que decir: siento en el alma verte en tales compañías.

Aquello pudo decirlo en Hamburgo, ante mil quinientos alemanes un hombre one ni siquiera había sido soldado. La multitud le aclamó. Nadie salió en ayuda del solitario de la pata de palo.

Apenas vuelto a Munich, me esperaba una nueva sorpresa. En las columnas anunciadoras se veían pegados grandes carteles rojos con esta inscripción: "¡Abajo la esclavitud Young!" El NSDAP preparaba una cadena de mítines. En todas las grandes salas de la ciudad tenían que hablar los siguientes oradores: Adolfo Hitler, Gregor Strasser, el doctor Goebbels, Alfred Rosenberg, Baldur von Schirach y otros. Llamé a la jefatura del partido.

—No podéis hacerme eso. No tengo idea de lo que es el Plan Young.

Al otro lado del hilo estaba el jefe interino de Propaganda, Heinrich Himmler, que era ya a la sazón "Reichsführer" de las S.S. y a quien en el partido apodaban "el apacible Heinrich".

—El jefe lo ha ordenado así — dijo Himmler —. No es posible cambiar nada del programa.

Elevé mis protestas hasta Hitler:

—Usted ya sabe que no tengo facilidad oratoria.

Hitler dijo:

—Goebbels me ha llamado. Es de otra opinión. Ahora está usted arriba, Schirach.

Aquella cadena de mítines venía a constituir la mayor acción de propaganda nacionalsocialista hasta entonces efectuada. De pronto, hubo dinero para los carteles, para los folletos y los desplazamientos.

El enigma tuvo pronto su solución: en Berlín se había constituido un "Comité pro demandas del pueblo alemán", enteramente dirigido contra el Plan Young. Su presidente era el consejero Hugenberg, antiguo director de la Casa Krupp y posteriormente propietario de la editorial Scherl, accionista de numerosos periódicos de provincias, propietario de una gran agencia de noticias y miembro del Consejo de Administración de la sociedad [18] cinematográfica U.F.A. El segundo personaje influyente en dicho comité era Franz Seldte, fabricante de licores y aguardiente de Magdeburgo y jefe federal de los "Cascos de acero", la liga de ex combatientes; para el tercer puesto fue nombrado Adolfo Hitler.

Muchos dirigentes nacionalsocialistas veían con malos ojos aquella coalición. Hugenberg se nos aparecía a muchos como la personificación de la reacción, del nacionalismo más retrógrado y polvoriento. ¿Qué podíamos tener en común con él quienes nos considerábamos un partido obrero?

Hitler se encargó de barrer todas aquellas desconfianzas.

Hugenberg aportaba fondos a las cajas destinadas a la propaganda y se había comprometido a publicar en sus periódicos amplias informaciones sobre las asambleas nacionalsocialistas. De aquella manera, los lectores del Berliner Lokal-Anzeiger, del Nachtausgabe y los suscriptores de todos los periódicos de provincias cuyo accionista era el consejero Hugenberg, se enterarían a la hora del desayuno de lo que Adolfo Hitler, Goebbels y Strasser habían dicho la noche anterior. Lo que hasta entonces solamente habían leído un par de millares de abonados de la prensa nacionalsocialista, se difundiría en ediciones que alcanzaban los millones de ejemplares.

El "Comité pro demandas del pueblo alemán" presentó una "Ley de la libertad", proyecto de ley contra la esclavización del pueblo alemán. Según el párrafo número 4, los firmantes del Plan Young y sus plenipotenciarios tenían que ser condenados como traidores a la patria. Estaba proyectado que el pueblo alemán se pronunciara en un referéndum popular sobre este proyecto de ley.

El 29 de septiembre de 1929 comenzaron a evacuar los franceses las regiones renanas todavía ocupadas por sus tropas. El día 3 de octubre falleció Gustav Stressemann. El 22 de diciembre se celebró el referéndum sobre el Plan Young. Tan sólo 5'8 millones de electores (un 13'8 por ciento) aprobaron la "Ley de la libertad". A pesar de la intensa propaganda, el "Frente Unido Nacional" sufrió un considerable descalabro. Pero en la derrota no nos incluíamos los nacionalsocialistas. La propaganda anti Young nos había deparado nada menos que 68.000 nuevos miembros del partido, la mayor parte pertenecientes con anterioridad a los "nacionales". En cuanto a las elecciones universitarias 1929-30, la Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas ganó un treinta por ciento de todos los votos.

Escribí lo siguiente en el Akademischen Beobachter: "Este gigantesco triunfo nos muestra de nuevo en qué grado se anticipa el estudiante a los imperativos de su tiempo. Estamos convencidos de que el rumbo espiritual tomado por nosotros es aquel al que obliga la época. Hubo un momento en que existía la probabilidad de aniquilar al movimiento nacionalsocialista: de haber cortado hace años la cabeza a los jefes y dirigentes del NSDAP, no habría hoy partido. Pero esta oportunidad no se aprovechó. Así es que no queda a las autoridades otro recurso que soportar con paciencia lo inevitable y aguardar hasta que llegue el momento de la solución legal."

Grandes palabras éstas, escritas por un joven de veinte años. Pero es muy posible que se hubieran quedado en vacía profecía de no haber sacudido una gran catástrofe Alemania y el mundo entero. El 24 de octubre de 1929, el llamado "viernes negro", se hundió la bolsa de Nueva York. Los cursos bolsísticos, fiados en los ilimitados medios de la economía mundial, se hundieron de la noche a la mañana en un barrizal sin fondo. Caudales de muchos millones se volatizaron en la nada. El derrumbamiento de la bolsa de Nueva York desencadenó la crisis económica mundial y ésta a su vez provocó el hundimiento del mercado internacional de créditos. En el conjunto de la economía alemana, el impacto fue especialmente grave, puesto que la reconstrucción se efectuaba primordialmente con fondos exteriores. Millares de millones en créditos a corto plazo fueron cancelados de la noche a la mañana y los efectos de la medida se dejaron sentir en el conjunto de la economía: la exportación se hizo menor, la producción descendió en el transcurso de un año en un 18 por ciento y el número de los parados se elevó, a finales de 1930, al número de 4'4 millones.

Todos los partidos alemanes hubieran debido hacer frente de una manera conjunta a la difícil situación. Pero el gobierno de la "gran coalición" se desintegró por causa de un problema mínimo: si las cuotas al seguro de paro tenían que elevarse del 3'5 al 4 por ciento del salario. Como en el Reichstag, con más de una docena de partidos, era imposible formar una mayoría, nombró Hindenburg al católico Brüning para el puesto de canciller de un gabinete minoritario que solamente podía gobernar con ayuda de las leyes de excepción. Fue aquella la primera declaración implícita de la bancarrota democrática y resultó su beneficiario, uno solo: Adolfo Hitler.